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Proclamadores de la Palabra

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Fotografía
Grupo Parroquial de Proclamadores de la Palabra

Jesús en su último mandato se dirigió no solamente a los Sacerdotes y Diáconos, sino también a los laicos, que tienen también el legítimo derecho de proclamar al Palabra de Dios.

San Marcos 16, 15 nos dice: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la Creación”. Y esa Buena Nueva la anunciamos cuando predicamos y proclamamos la Palabra de Dios.

Cuando hablamos de proclamar la Palabra de Dios, estamos hablando de comunicar lo que Dios Quiere decir a su pueblo, de lo que el Señor, crador y Pade de todos, quiere poner en la mente y el corazón de los que lo escuchan, siempre con la finalidad de que esa Palabra produczca frutos de vida eterna.

El lector o proclamador de la Palabra no solo tiene un oficio en la Iglesia; no es digamos un simple predicador o lector y nada más, como quizás mucho lo ven o lo entienden. El proclamar la Palabra de Dios es una Misión Divina, y esa dignidad no la puede ejercer cualquier persona que simplemente lea bien, si antes no ha penetrado en el contenido de esa Palabra, si no vive el Mensaje de esa Palabra.

El Concilio Vaticano II, que comenzó en 1962 y terminó en 1965, fue el que abrió las ventanas para renovar el servicio en la Iglesia, y dió un lugar a los laicos, en la proclamación de la Palabra.

Cuando un lector proclama, está ejerciendo un ministerio tan importante, como el Sacerdote y el Diácono. El Sacerdote no puede comer el Pan de la Eucaristía, si antes no se ha comido el Pan de la Palabra de Dios, porque tiene como oficio transmitir al pueblo los mandatos de Dios.